El distrito de Gion, en Kioto, se distingue por una serie de callejones destinados al ocio que se articulan a partir de la avenida Shijo. Transitar por ellos supone volver al Japón tradicional, aquel de las estructuras bajas de madera y cortinas de bambú. Recorrimos sus pasadizos una fría noche de invierno, rodeados de otros turistas a quienes la nevisca no logró disuadir de entrar en la espectral Hanamikoji, calle semi-peatonal iluminada en parte por las lámparas de papel que cuelgan fuera de los bares, espacios íntimos reservados a la élite local, donde aún ejercen su arte algunas de las últimas geishas de Japón, a quienes con algo de suerte puede vérseles transitando cautelosas de un local a otro.

Fue cerca de allí donde puse por primera vez mi atención en un daruma: había varios, apretándose unos junto a otros sobre largas repisas, de distintos colores y tamaños. Mi pareja, quien ya conocía este tipo de amuletos, me habló del rito a su alrededor y nos pareció ideal llevar uno para acompañar simbólicamente los objetivos que recientemente nos habíamos propuesto.
¿Qué es un daruma?
Daruma es la japonización de la palabra sánscrita dharma, aunque en el caso del amuleto, proviene realmente de Bodhidharma, nombre del monje persa que estructurara por vez primera el budismo zen, variante de esta religión que fue ampliamente adoptada en Japón por ser más espiritual y menos política que la que originalmente recibieron desde China.

La leyenda dice que Bodhidharma habría meditado con sus ojos abiertos por más de nueve años, perdiendo en el proceso sus brazos, piernas y tronco. Esta es la razón por la que habrían decidido darle en Japón esa forma al daruma: una cabeza con rostro de expresión ambigua, sus ojos bien abiertos, y cubierto por una humilde manta roja.
El amuleto está actualmente muy relacionado a dos conceptos: ganbaru y nanakaobi yaroki, siendo el primero una palabra cuyo significado sería “trabajar arduamente en tiempos difíciles”; y el segundo, “caer siete veces y levantarse ocho”.
¿Cómo funciona?
El propósito del daruma es traer éxito y buena fortuna a cualquier empresa en la que uno desee sumergirse. Pero aún más importante es su función como recordatorio de que tal objetivo no debe abandonarse, y que su consecución está en el trabajo personal para lograrlo.
Cuando nos hagamos de un daruma, lo primero que haremos será pensar en aquella meta o sueño que queremos alcanzar. Luego, con un lápiz o pincel pintaremos alguno de sus ojos (tradicionalmente el izquierdo), y lo dispondremos en algún lugar visible donde nos recuerde que debemos trabajar a diario por este objetivo.
Sólo cuando lo consigamos pintaremos el ojo restante. ¡No querrás tener un daruma tuerto mirándote toda la vida! Así que tenerlo no sólo es cuestión de perseverancia, también de respeto (por el daruma y por tus sueños).
¿Por qué hay darumas diferentes?
Los amuletos daruma surgen alrededor del siglo XVII, tallados en madera por campesinos del arroz que buscaban mejorar sus cosechas. Con los años, la confección del daruma se diversificó, razón por la cual hoy existen de tantas formas y tantos colores.

Nosotros quisimos traer a La Nube Nueve los siguientes: el rojo que es el más tradicional, asociado a la buena fortuna, el color violeta que se vincula a la salud y el blanco al amor y armonía.
Elegir cualquiera de estos ciertamente dependerá de tus objetivos. Lo importante es nunca dejar de tener alguno.
El daruma que viajo con nosotros hace dos años desde Kioto fue el más pequeño y humilde, lo imaginamos como semilla que esperaba el momento de crecer con fuerza y virtud. Se vino hasta Chile y nos observó con un solo ojo hasta que logramos la más ambiciosa de nuestras metas hasta el momento: La Nube Nueve. Hoy, con ambas pupilas dibujadas en el rostro, decidimos mantenerlo sobre un mueble donde nos recuerda que, entre esa intimidante y obligada distancia yacente entre un plan y su meta, no hay suficientes obstáculos que logren doblegar a quienes se atreven y persisten, porque esa es la única forma de conseguir los cambios más importantes.